Jaune es amarillo en francés

Tu pourrais tu pourrais m’emmener très loin, une vague, un nuage, en me tenant la main. Tu pourrais tu pourrais me dire que tu as tout – Les choses simples

La verdad es que sé muy pocas palabras en francés. Anna lo sabe. Tiene 4 años y medio y nos conocemos casi desde que nació. Hemos estado en bares y parques y piscinas y paseos y casas (la suya, la mía), en el colegio y en la calle… En todas partes. Todo, sin que ella supiera una palabra de español, ni yo de francés. Su madre nos mira encantada con nuestra relación, porque no saber lo que dice el otro no ha supuesto nunca un problema para nosotros.

Melissa es fantástica. Aprendió español en Canarias, así que imaginaos el acento. Hoy está ligeramente frustrada por no tener el 100% del tiempo para nosotros, pero le brillan los ojos. Quizá porque no ha dormido mucho las últimas noches en las que el pequeño Paul no ha parado de llorar y de subirle la fiebre. Quizá porque el trabajo tiene absorbida parte de su cabeza y la otra está ocupada en ser la súper mamá que es. Pero quiero pensar que la razón tiene que ver también con mi visita.

Pero volvamos a Anna. La última vez estaba dormida entre mis brazos en un bar de Malasaña. Hoy estamos jugando a hacer torres altísimas con bloques de colores mientras abre mucho los ojos porque hay cierto riesgo de que todo se desmorone. Nos entendemos perfectamente sin hablar, y cuando algo le gusta mucho, repite la palabra ‘amarillo‘. Le sigo el juego y respondo ‘jaune‘ en un francés que deja bastante que desear. Acto seguido, digo ‘vert’ y le pregunto si sabe decirlo en español. ¡VERDE!

Horas más tarde, en una inaudita conexión neuronal dentro de su hiperactiva cabeza, coge una cajita llena de Smarties y me planta dos bomboncitos de color verde en la palma de la mano. Se gira a su madre, y le dice en francés que como mi color favorito es el verde, me ha guardado los chocolates de ese color.

Melissa me lo traduce. Nos reímos a boca batiente. La risa de Melissa es como su nombre, limpia y clara como el gorgoteo de un arroyo o de una fuente, y es contagiosa. Y así pasamos los días entre Barcelona, Montpellier, Sète y Saint-Jean-de-Védas, con una magnífica luna enmarcando nuestra conversación, un gofre que nos salió gratis, sushi a media tarde y sesiones de Los Bridgerton hasta que mi amiga cae rendida en un profundo sueño del que es difícil rescatarla.

Pero el sueño sigue.

Y la vida también.

Y qué vida más chula.

¿Qué te parece?